Ante los efectos de la variabilidad climática, ¿cuál es el papel de la infraestructura resiliente en Guatemala?

La resiliencia es una palabra que se ha incorporado en nuestro vocabulario del día a día, y en los últimos años la utilizamos y escuchamos de manera frecuente. El significado que carga es tan potente que podemos llevarlo a distintos ámbitos; desde el crecimiento personal, el mercado laboral, la sostenibilidad y -por supuesto- la infraestructura.

Nuestro país posee una gran biodiversidad, imponentes volcanes y hermosos lagos que nos llenan de orgullo y enamoran a los visitantes, pero también sufrimos las consecuencias de fenómenos naturales frecuentes y cada vez más fuertes como huracanes y tormentas tropicales. Esto nos recuerda que no tenemos control de las obras de la madre naturaleza, pero sí podemos adaptarnos, prevenir y tomar acción. 

La infraestructura, por definición, es un conjunto de elementos o servicios necesarios para el buen funcionamiento de un país, de una ciudad o de una organización, o para decirlo más

fácilmente, es el marco en el que nos desenvolvemos e interactuamos con los espacios que habitamos. Lo maravilloso de la industria de la construcción es que su alcance es tan amplio que una definición estática se queda corta. Y para muestra un botón: el término infraestructura resiliente va un paso más allá e incorpora un enfoque de prevención, adaptabilidad y gestión del riesgo.

Para explicarlo a mayor detalle tomo las palabras de Juan Ramón Aguilar, nuestro Gerente de Gestión Ambiental de Cementos Progreso Guatemala, en las cuales detalla que la infraestructura y resiliencia son “dos ejes que al fusionarse, permiten incrementar la eficiencia y productividad que encaminan a un país hacia el desarrollo”. Sin duda, cuando se logra una sinergia entre la infraestructura y la resiliencia, el resultado es una mejor calidad de vida para los ciudadanos, que se traduce en mayor crecimiento económico, generación de oportunidades e igualdad y equidad, entre otros beneficios.

Y ahora, la pregunta que todos quisiéramos responder es: ¿cómo sentar las bases para desarrollar proyectos de infraestructura resiliente en la región? 

Muchos expertos en Guatemala hablan del tema por la necesidad y urgencia de estar preparados para enfrentar las amenazas climáticas y, con esas motivaciones de fondo, lo primero tiene que ser un marco normativo y regulatorio. Y con ello, no arrancamos este camino desde cero, pues ya existen parámetros como el Marco de Sendai, un documento de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Este pacto fue aprobado en el 2015 para prevenir y reducir los riesgos a través de medidas sobre las tres dimensiones del riesgo de desastre: exposición a amenazas, vulnerabilidad y capacidad de respuesta ante las amenazas. Este exige que la resiliencia sea incorporada en cada etapa de los proyectos de infraestructura, ya que tener en cuenta este enfoque desde la planificación facilitará el camino y evitará sobrecostos y riesgos, así como pérdidas en materia de productividad y eficiencia e incluso pérdidas humanas.

Otro factor que juega un papel fundamental en la implementación de la infraestructura resiliente es por supuesto el desarrollo de un diseño adaptativo y funcional ante diversas circunstancias, lo cual puede ser trabajado de la mano del uso de la tecnología e innovación, utilizadas para proyectar posibles escenarios.

Adicional a ello, se debe tener en cuenta un factor social: la responsabilidad compartida. Esta se refleja en fomentar la participación activa de las comunidades, a través de la educación y conciencia comunitaria, y promover la colaboración entre países y  sectores para intercambiar información y experiencias. En resumen, la tarea es de todos: sector privado, público, organizaciones no gubernamentales y sociedad civil. Se requiere del compromiso de todos.

En países como los nuestros, estamos y estaremos expuestos a los efectos de la variabilidad climática, de eso no hay duda, pero podemos hacerle frente y estamos a tiempo para ello. Las pérdidas son evidentes y de todo tipo: materiales, económicas, sociales, ambientales y, las más importantes: humanas. Por eso, no será suficiente invertir en más infraestructura en el país, sino que será determinante e innegociable asegurar que los proyectos tengan una base sólida (hablando de manera figurativa y literal) y resiliente.

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